viernes, 25 de septiembre de 2015

(Una conversación)


En el pueblo, a medianoche, te puedes encontrar los tipos más extraños. Entré en un bar y reconocí a Pep leyendo el periódico. Me senté y pedí una cerveza. Le conozco desde hace mucho tiempo. En la barra, un tipo de mediana edad exhibía una increíble colección de tics. Un poco más allá, alguien con la cabeza mirando al suelo y el whisky de un tubo de vidrio como asidero. Pep está deprimido. Tiene que recoger los pedacitos de todo lo que le llenaba de orgullo y empezar a construir de nuevo. La historia del hombre corriente: vacío, lleno, vacío, lleno, vacío... Tiendes a pensar que no te puedes agarrar a nada que no ceda de nuevo y te vuelvas a caer, para volverte a recuperar para volverte a caer. Pedimos algo de comer y más cerveza. De pronto me vi dando consejos como un idiota. Conozco ese zumbido. No te vas a librar de ello en una temporadita, Pep. (Pep me miraba, entre el parpadeo de esos ojos saltones de pez que tiene, con una cierta gravedad que a veces encuentro ridícula cuando recuerdo los auténticos salivazos de ácido sulfúrico que es capaz de escupirte a la cara.) Pep te puede destrozar, si puede. Te amargará el día sólo para demostrarse a sí mismo que es mejor que tú. Algunas veces, también se muestra débil y confiado. Esta es la función del amigo, o del espejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.