martes, 19 de mayo de 2015

21

En unas pocas horas, Pablo Iglesias tendrá que enfrentarse de nuevo a su público. Está nervioso. Repasa el texto, las directrices del discurso. Aunque sabe que lo que importa es el tono. El tono se improvisa. Se contagia (como si se tratase de una corriente energética). Ha de ser fruto del entusiasmo, del autoconvencimiento.

Le cansa un poco sentirse como un monologista. Tener que exagerar el gesto. Hacer como que le resulta divertido. Pero ha de ser así. Ya no hay vuelta atrás. Siente que ha sido destinado a esto. No puede dudar.

Fantasea delante del espejo. Busca un disco, uno viejo, de U2, The Unforgettable Fire. Ah, esa canción. Pride, el segundo corte del disco. Sube el volumen al máximo. One man come in the name of love, one man come and go... Se pone a dar pequeños saltitos, con los brazos extendidos, en forma de cruz. Le entra la risa. Ríe. Ríe.

Luego se relaja viendo un capítulo de Pokémon.

1 comentario:

  1. Deberían nacer políticos que renieguen de la exageración del gesto.

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