miércoles, 22 de octubre de 2014




Mi mujer es un troll. Ella misma me lo ha confesado. El mes pasado se lo sugerí; se lo pregunté de manera indirecta. Le dije que hay un anónimo que me deja comentarios insidiosos desde hace algunos meses. Día tras día, a pesar de que yo los elimino diligentemente. Comencé a sospechar de ella cuando ese comentarista anónimo me decía las mismas cosas que mi mujer me había dicho anteriormente. Por ejemplo: mi troll me comparaba con escritores denostados en los círculos esnobistas en los que mi mujer y yo nos movemos, como Jack Kerouac o Charles Bukowski. Recuerdo un escrito que mi mujer mandó a una editorial en el que ella hablaba de un bloguero que le parecía detestable porque se creía Jack Kerouac e iba de profundo. En su momento, cuando leí ese escrito que ella misma me pasó para que le diese mi opinión, no entendí lo que parecía sugerir: que creerse Jack Kerouac equivaliese a ir de profundo. Pensé que aquel comentario escrito sobre ese bloguero pretencioso y ridículo podría referirse a mí. Pero como no había ninguna evidencia no le dije nada a mi mujer. En ocasiones, ella me ha dicho en tono elogioso que yo le parezco "una especie de Bukowski". Sobre todo cuando me he referido en alguno de mis escritos a mis borracheras, al igual que Bukowski. Mi troll ha utilizado esta misma referencia con un tono insidioso, despectivo. Resulta curioso: mi mujer transmutada en troll me dice lo mismo pero alterando el tono. Debo entender que como troll ella me dice lo que como amante y esposa es incapaz de decirme.

Cuando llegué a la conclusión de que era ella quien me estaba hablando bajo el disfraz de troll me dolí. Me empezó a fastidiar todo lo que ese troll me decía precisamente porque yo sabía que era ella quien me lo estaba diciendo. Dejé de leer esos comentarios insidiosos. Los borraba sin leerlos, por salud mental. ¿Cómo podía hablarme así precisamente ella, la persona que yo he elegido como compañera, a la que quiero, con la que convivo? ¿Por qué no es capaz de decirme las cosas a la cara y con el mismo todo despectivo que en los comentarios? ¿Me odia, en realidad, y no puede manifestarlo de otro modo? Desde luego, como es evidente, no le soy indiferente a mi mujer. Al comprobar los horarios en los que se hicieron los comentarios me doy cuenta de la enorme frecuencia con la que ella entraba en mi blog y me comentaba, casi cada día y, en ocasiones, de madrugada. ¡Inclusive, algún sábado a la una y media de la madrugada, cuando yo la creía dormida a mi lado!

Llegué a pensar, en un momento determinado, que mi mujer se había vuelto loca. ¿Por qué dejar comentarios en un blog en el que el administrador, tu propio marido, se niega a hacerlos públicos? ¿Por qué insistir en ese tono despectivo tan alejado de la cordialidad con la que nos solemos tratar? Solamente una loca puede hacer algo así. Lo racional es esperar respuesta, comprobar el daño que se ha causado.

Después de pensar que mi mujer se había vuelto loca, pasé a creer lo contrario. Su comportamiento probablemente le permitía compensar la excesiva amabilidad reinante en nuestra relación. Ella es de manera cotidiana, digamos, demasiado civilizada conmigo. Tal vez por ello ha necesitado ocultarse en esa máscara de troll, anónima, para mostrar lo contrario.

Mi mujer no sólo me insultaba llamándome Bukowski. También me despreciaba con un tono profundamente burlón diciendo que a mí me gusta el cine de Jim Jarmusch y Aki Kaurismäki. Para ella, en su versión troll, yo estoy encuadrado en lo que significa el cine de esos dos, sea lo que sea, y no alcanzo otra cosa. Según ella, soy blando por dentro aunque duro por fuera. En lo musical, es el grupo The Velvet Underground y John Cale lo que definitivamente va conmigo. Aunque creo que aquí ella debe estar equivocada, pues si alguna vez yo he mostrado interés por algún John Cale es por el cantante de blues J. J. Cale, que nada tuvo que ver con The Velvet Underground. Mi mujer también me permite que me identifique con Tom Waits; aunque aquí la conexión Waits-Bukowski es bastante evidente. ¿A quién me parezco?, me preguntó mi mujer una vez; y me mostró una foto que le había hecho una amiga en la que aparecía haciéndose la borracha, tirada en el portal de una casa. Te estoy imitando, me dijo.

Ella, o su alter ego indeterminado, insite en añadir una irritante "o" a mi nombre. De manera que, cuando se refiere a mí me llama Morando, y no Morand. Me molesta mucho, pues esa "o" aparentemente insignificante transforma el delicioso aroma afrancesado de mi nombre en un tufillo aflamencado, andaluz, español. Me hace sentir profundamente asqueado y ella lo sabe, por eso insite.

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