lunes, 28 de julio de 2014




Un lápicero, que no era capaz de faltar a la verdad,
a causa de todas sus ansiedades
terminó dentro de la lavadora.
Salió una hora más tarde y lo tiraron
a la secadora junto con un par de "vaqueros" viejos
y una camisa a cuadros.
Los días pasaron y el lapicero se quedó
recostado tranquilamente sobre el escritorio
que estaba frente a la ventana.
El lapicero pensaba que estaba totalmente agotado.
Sin convicciones. Sin voluntad.
Una mañana, poco antes del amanecer,
recuperó antiguas fuerzas
y escribió:
"Los campos húmedos duermen
bañados por la luz de la luna".
Después de este esfuerzo
se quedó muy quieto,
nuevamente vacío, su utilidad
terminada.


Él poeta lo sacudió,
lo golpeó sobre la tapa del escritorio.
Lo dejó a un lado.
Abandonó las pretensiones de hacerlo escribir.
Sin embargo
el lapicero realizó un nuevo esfuerzo,
apeló a sus últimas reservas.
Esto es lo que escribió:
"Un viento suave, y más allá del ventanal
los árboles flotan en el dorado aire de la mañana".


El poeta trató de hacerlo escribir algo más,
pero eso fue todo. El lapicero
dejó de escribir, definitivamente.
El poeta lo dejó junto a las otras cosas inservibles
en el incinerador.
El tiempo transcurrió, días, meses,
y fue otro lapicero,
uno que todavía no había demostrado nada
el que con suma facilidad escribió:
"La oscuridad se posa sobre las ramas.
Quédate muy quieto, no salgas de la casa,
quédate muy quieto..."

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.