sábado, 8 de marzo de 2014




Hacia rutas salvajes, de Sean Penn, basada en el libro de Jon Krakauer, es herzogiana a ratos. Yo no conozco apenas lo que Sean Penn ha podido hacer como director de cine. Creo haber visto, hace tiempo, Pena de muerte, pero no me acuerdo. Como actor nunca me ha caído especialmente bien. A pesar de su fama de buen actor. De buen actor de Hollywood. A mí me parece un actor con tendencia a lo excesivo, a mostrar demasiado.

Su película me ha gustado porque me parece un producto singular dentro de la industria americana. Debe haber sido un empeño de Penn, supongo. A mí me parece una historia para haber sido rodada por Werner Herzog. Tiene los ingredientes adecuados. El personaje que renuncia al mundo civilizado y se adentra en los confines de la naturaleza. La naturaleza como amenaza, como cosa que seduce y, al mismo tiempo, atrapa y devora a un personaje que, por otra parte, no deja de ser un ingenuo. La secuencia de ese empeño imposible, profundamente romántico, de apartarse del mundo civilizado y convertirse en otra cosa, cerca del mundo natural; como proceso condenado al fracaso.

Herzog le hubiese dado un mayor dramatismo, supongo. Hubiese incidido en lo traumático. Hubiese perfilado el personaje con otra profundidad, subrayando lo deformante, lo ridículo, lo indigno. Me acuerdo de Timothy Treadwell, de Grizzly Man, o de Fitzcarraldo, o de Kaspar Hauser, o de Aguirre.

Sean Penn no puede evitar dignificarlo. Hacerlo atractivo, como una especie de James Dean de la generación indie (un inspirado Eddie Vedder entona las letanías que acompañarán al personaje en su aventura fatal). Al parecer, la película está basada en una persona real: se llamaba Christopher McCandless y murió en 1992, tal y como lo cuenta Sean Penn. Aislado en una zona montañosa de Alaska, envenenado al confundir una planta comestible con una venenosa. Su locura recuerda a la de Timothy Treadwell, así como su final: ambos son neófitos que perecen a causa de la osadía que da la ignorancia. Incapaces de ser lo suficientemente precavidos, cegados por todo aquello que les seduce del mundo salvaje.

La imágen del pequeño autobús encaramado en un entorno virgen en Hacia rutas salvajes recuerda al barco subiendo por la ladera de una montaña de Fitzcarraldo. Penn, como Herzog, alimenta su película con esta clase de imágenes insólitas (un autobús encallado en un medio salvaje, un barco trepando por una montaña). En Fitzcarraldo es la voluntad del personaje protagonista lo que origina esto insólito. En Hacia rutas salvajes, al contrario, el autobús en el entorno natural es un objeto encontrado que da refugio al personaje, se convierte en su escenario ideal, lejos de sus congéneres, y al mismo tiempo subraya su fragilidad y su extravagancia.

Sean Penn, a mi modo de ver, no tiene un estilo claro. Me molesta cuando, en ocasiones, hace rotar la imagen, de un modo que me parece efectista. Tomado de Scorsese, quizá.

En ocasiones recuerda a Terrence Malick. Sobre todo cuando la voz en off de la hermana del protagonista narra la huida de su hermano en tono ceremonioso, tratando de explicarse aquello que no comprende. Pero Sean Penn no llega a los niveles de abstracción de Malick.

Hacia rutas salvajes supone una actualización del mito romántico del hombre que niega el mundo civilizado. Desde los Friedrich, Turner y demás, pasando por una estética publicitaria, de videoclip. La prueba, quizá, de que el mito romántico está ya completamente asumido.

1 comentario:

  1. "Pena de muerte" es de Tim Robbins.
    No está mal traído lo de Herzog, aunque es un director sobrevalorado.
    Malick acertó con "Malas tierras" y el resto de su obra es mierda.
    Y Sean Penn, el pobre, aún no sabe distinguir entre un travelling y un zoom.
    (Lo olvidaba: he dicho.)

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