viernes, 28 de febrero de 2014




Al borde de un prado entre un desorden de piedras,
oscurecida por la hierba crecida y el amaranto,
hendida y dibujada la huella del horror.
Tenía un bello nombre: libertad.
Bonita chuletilla. No comerciable, suave el
balido de vida nueva.

Él amaba su boca, sus pequeños pies rodeados de pliegues.
Mientras escuchaba cómo gritaba, lo cogió por el tallo
de la garganta con sus gruesos brazos brillantes de rocío.
Y él, alma serena, de anchas espaldas
y ojos como los de Blake, lamentó quién te crió, quién te mimó
sobre prados y flores, mientras los descuartizaba.

El establo ardía como un infierno indiferente,
envolviendo a las pequeñas doncellas con sus rizados mantos.
El campo y el pellejo yacían vacíos como el corazón.
Llamó a su dios jadeando,
abandonamos las granjas que habíamos sacrificado,
cortamos el cordón, incineramos a nuestros pequeños.

Lo hicimos por amor lo hicimos por el hombre,
el espino y el cuco,
los senderos de Cumbria.
Lo hicimos por un bello nombre.
libertad, bée, bée, bée.
nada por lo que jugarse el cuello.

2 comentarios:

  1. 'Amarantos', no te jode, las que no se pudren, las quinuas y kiwichas andinas, el 'cereal' de los astronautas, vaya...

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  2. Vale, no será una neoyorquina con problemas existenciales, pero su versión del "Because The Night" de Esprintin es una mariconada.

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