sábado, 20 de julio de 2013




Manuel Jabois ha escrito un libro que es como Mortal y rosa, pero al revés. Se titula Manu y es umbraliano en la intención. Pero Jabois, como dice, reprime el tono metafórico, le da pudor. No quiere que el resultado sea demasiado modernista. Le hubiese quedado muy anticuado.

Jabois escribe en El Mundo, creo, como Paco Umbral. Hasta aquí, el gallego se manifiesta como deudor del vallisoletano. Umbral escribió también sobre irse a Madrid.

Pero Mortal y rosa es un libro que celebra a un muerto. Al contrario, Manu celebra el nacimiento de un niño. Umbral se protege, se guarda de sí mismo y de la pena por medio del lenguaje. El lenguaje plegado, barroco. El lenguaje como impostura. Jabois, al contrario, escribe una prosa deslavazada, distendida; como no le hubiese gustado a Umbral seguramente. Jabois reprime al Umbral que lleva dentro: el lenguaje no es su defensa, su defensa es su actitud.

Umbral se pasó media vida celebrando a un muerto. Quizá por ello cultivó ese aspecto vampiresco que tenía. Como de muerto elegante, recién salido de su ataud y queriendo que alguien le clave la estaca, para descansar ya de una. Nada te ata a la vida si te la pasas celebrando a un muerto. Por mucho que uno quiera disimular.

El libro de Jabois es alegría pura. Porque Jabois no conoce otra cosa. Se parece a Melendi, Jabois. Tiene esa jeta de chico de barrio queriendo vender muchos discos. O libros.

El libro de Jabois no habla del miedo. Tal vez porque el libro acaba cuando nace el niño. Cuando nace el niño se instala el miedo. Pero habla Jabois de que un hijo te obliga a quedarte. Y yo estoy de acuerdo. El hijo te obliga a vivir con lo que sea.


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