sábado, 6 de abril de 2013






Ya no me quedan más dovlátovs. Los he leído todos. La maleta, El compromiso, La zona, Los nuestros y, ahora, La extranjera. Una pena. Publicó otras cosas, eso seguro. Pero no se traducen. Todos sus títulos traducidos son así de simples. La casa. La mesa. El árbol. Otros escritores cansan con sus florituras, con sus ansias de ensayar una escritura que destaque, que sea lustrosa y genere admiración. Son un misterio las motivaciones que tiene la gente a la hora de escribir cosas. Escribir es, generalmente, una forma de ostentación. A mí Dovlátov no me cansa. No me ha cansado hasta ahora. Supongo que si hubiera escrito mucho o sus libros fuesen muy extensos me hubiese aburrido. Hay una cierta humildad en Dovlátov. Una especie de timidez. Una timidez literaria. Dovlátov tiene una honestidad dolorosa. Dolorosa para él, por supuesto. Pero también para quien lo lee. Una ternura profunda, desarmante. Detrás de esa estampa de ogro que tenía. Ya no me quedan libros suyos. Destilaba su vida a través de ellos; como muchos otros hacen. Gota a gota. Entre la brevedad de Chéjov, su ruso más admirado, y el laconismo de escritores célebres norteamericanos como Hemingway, Carver o Bukowski. Escritura alcohólica. Porque hay una escritura que es alcohólica, cincelada por la experiencia de la borrachera. Con las resonancias de esa especie de pesimismo o desesperanza que corroe a los borrachos. Dovlátov es el más cabal, el menos exhibicionista.

Fue un traidor al bolchevismo, un expatriado. Se hartó de la burocracia socialista, de todas sus exigencias, de que no le dejasen vivir en paz. No obstante, tampoco en los Estados Unidos logró vivir tranquilo. Su misantropía viajó con él y con él se instaló en el famoso barrio neoyorquino de Brooklyn. La extranjera es su novela neoyorquina. La peor de las que yo he leído, probablemente. Pero es un libro de Dovlátov; ahí está ese tono cortante suyo, esa misma concisión de siempre.

Hay escritores que quieren ser como Ferran Adrià. Quieren hidrogenizar la carne de pollo. Quieren texturizar el salto de verduras. Dovlátov no es de ésos. Dovlátov te hace una tortilla de patatas de puta madre. Se sabe las complicaciones de hacer una buena tortilla de patatas.

Hay escritores que son caballos ganadores, pura sangre o lo que sea. Hay escritores que son perritos falderos. O hienas risueñas, traidoras, taimadas. O solitarios lobos. O sensuales gatos. Sergéi Dovlátov era una mula.

2 comentarios:

  1. Me gusta lo que cuentas de Dovlátov aunque yo no he encontrado o no he sabido encontrarlo en sus libros salvo en pequeñas dosis si acaso... leí La Zona y La Maleta... me gustó más la segunda que la primera a pesar de que encontré pasajes más nutritivos en la primera... no sé, tal vez deba seguir o dejarlo para siempre.

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  2. vaya, lamento que no te haya gustado, la verdad

    un saludo

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