jueves, 7 de marzo de 2013




Ebbinghaus le ha derivado a una psiquiatra de nombre Pinel. Javier Morant cree que es francesa o belga. La psiquiatra le ha recetado unas pastillas, ansiolíticos. Debe tomarlas tras las comidas. Le producen somnolencia. Una sensación rara, como de andar drogado todo el día. Lo mejor son las noches. Nunca ha dormido tan bien. Producen adicción esas pastillas. Javier Morant se entrega a ellas. Se deja manipular por las pastillas. Aumentando algunas veces la dosis, por su cuenta. Hace semanas que no fuma porros. No obstante, como contrapartida, las pastillas le dificultan su diaria entrega a la lectura. Apenas puede completar un par de páginas, cada vez. Se cansa pronto de leer, incapaz de mantener la concentración. Luego navega en internet buscando pornografía. Pero la borrachera de pastillas le produce extrañas risas y osadías inéditas en él. Javier Morant ha contactado con una mujer que se muestra desnuda a través de una webcam. Una mujer ligeramente gruesa, de mediana edad. Le saluda y le recibe con una amplia sonrisa, ataviada de un body de rejilla, que sugiere un desnudo que progresivamente se irá viendo. Javier Morant se ríe tontamente, no lo puede evitar al ver a la pobre mujer tratando de ser sexy, moviendo su cuerpo semidesnudo de manera exagerada, tratando de complacerle.

A Javier Morant le tortura la amistad de su mujer, Silvia Serrat, con Marta. Son amigas de siempre, de manera inevitable (Javier Morant es absolutamente consciente de ello); sin embargo, esa amistad que une a las dos mujeres parece haberse intensificado en los últimos tiempos. Coincidiendo con el (ligero) declive psicológico de Javier Morant. En efecto, las pastillas de la doctora Pinel le aturden. Le mantienen atontado durante toda la jornada. Pero su aturdimiento es dulce, placentero. Ya no tiene ganas de morirse cada cinco minutos. Ahora tiene ganas de que llegue la hora de la siguiente toma. Se busca pretextos. Hoy ha sido un día duro: ración doble.

Silvia Serrat le ha acusado de husmear en el WhatsApp de su teléfono móvil, buscando las conversaciones que mantiene a través de este medio con Marta, su amiga, su amante. Nada raro, de momento. Las dos amigas hablan de verse en tal o cual sitio, sin dedicarse comentarios especialmente cariñosos. Son listas, las cabronas. Javier Morant revisa una y otra vez esas conversaciones; buscando pistas, indicios. Nada. Todo ha sido inteligentemente ocultado debajo de una fina capa de superficialidad, tan leve que uno adivina inmediatamente la intención de ocultarse, de no hablar de determinadas cosas. Silvia Serrat le ha pedido que deje de "espiarlas". No tengo nada que ocultar, le ha asegurado Silvia Serrat. Javier Morant ha negado haber leído esos mensajes. Luego ha salido de casa. Tenía que salir. La situación le asfixiaba. Se ha metido en una librería, a mirar libros para relajarse un poco. Ha encontrado una novedad. Un libro sobre un abrigo de Proust, o algo parecido. Un libro sobre la obsesión literaria de un tipo al parecer muy rico, un millonario, por la figura de Marcel Proust. Un fetichista. Javier Morant ha estado a punto de adquirir ese libro. Pero finalmente se ha resistido. Nunca ha entendido el fetichismo; no le interesa o cree que no le interesa. Como pose siempre le ha parecido una buena actitud, decir que el fetichismo no le interesa.

3 comentarios:

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.