domingo, 13 de enero de 2013




Uno. No acierto a hacerme una idea del significado de Cosas transparentes, de Nabókov. Es la puta mierda más hermética que he leído nunca. Llega un momento en que crees comprenderlo; pero en el capítulo siguiente se te escapa. Es como si al contar una historia nímia el narrador se desviase indefinidamente, o caprichosamente, o lo que sea, adentrándose en los detalles. No creo que se trate únicamente de un experimento formalista; por eso me da rabia no ser capaz de comprender el sentido último del librito. Creo que voy a volverlo a leer; será el único libro que vuelva a leer nada más haberlo leído.

Dos. Cosas transparentes. Las cosas son transparentes. Los objetos pueden llegar a ser transparentes. Uno puede llegar a decir muchas cosas de los objetos, más allá de su apariencia. Nabókov cree poder penetrar en las cosas. No obstante, no usa, digamos, eso que llaman "penetración psicológica". Se trata de otro tipo de penetración. Casi las penetra materialmente, físicamente, desmenuzándolas. Con una especie de desprecio.

Tres. Hay dos nabókovs: el constructor de historias, cuidadosamente armadas, delicadas en su andamiaje; y el poeta, que, aunque escriba en prosa, desmenuza la naturaleza de lo descrito, le otorga una nueva textura, sutil y delicada. A menudo se confunden. El constructor y el poeta. Otras veces, se manifiesta uno por encima del otro. En Cosas transparentes gana el poeta.

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