martes, 27 de noviembre de 2012




Leer a Proust es como correr una distancia larga. Hay momentos de desfallecimiento, en los que uno se siente descolocado. Además, la escritura de Marcel Proust avanza siempre entre sinuosos vericuetos en los que no es difícil perderse. Los personajes parecen metamorfosearse, cambiar de perfil o de actitud, difuminarse. Y, sin embargo, no es que no estén bien definidos; es decir, no es que el lector no tenga datos suficientes como para hacerse una imagen de ellos, una imagen rica en detalles; todo lo contrario, Marcel Proust descubre las contradicciones de cada uno y profundiza en ellas, dando la impresión de que el retrato muta, sufre alteraciones similares a las que sufren las personas reales que, con el paso del tiempo, parecen ser otras.

Al mismo tiempo, la lectura de Proust se le antoja cambiante. En ocasiones, curativa, vivificante. Otras veces, enfermiza, parece profundizar en sus neurosis. Javier Morant piensa que, tal vez, no debiera leer después de fumar maría, sino antes. En ocasiones el placer de la lectura, adornado por el porro, se torna pesadillesco, deformante e intranquilizador. ¿Es Proust o el porro? ¿Sabe pulsar el escritor las teclas que reinician el mecanismo de sus miedos profundos o es el poder embriagador del humo de la marihuana lo que le produce desasosiego? ¿O lo realmente pernicioso es el efecto de ambas cosas, a la vez? Cuando se sume en esa especie de intranquilidad abstracta, inducida por la lectura de Marcel Proust y/o el cigarrito de marihuana, Javier Morant suele buscar cobijo en otras lecturas. Lecturas más fáciles o gratas, más complacientes.

En pocas horas se ha leído un librito de Julian Barnes y anda ahora metido en uno de Rodrigo Rey Rosa. Javier Morant es un lector disperso, sin un criterio claro. En definitiva, un lector sujeto a las modas y, en ocasiones, con tendencia a dejarse seducir por las novedades editoriales, por el ruido publicitario que producen, generalmente, los grandes sellos con sus autores insignes. Barnes no le gusta. Le parece de esa clase de escritores que conducen al lector a sacar determinadas conclusiones, generalmente tendenciosas y artificiales. Uno no puede dejar de pensar, al leerlos, en los trucos de escritor de ficciones que esos autores han ido tejiendo para llegar a tal o cual sitio. A Javier Morant le pasa lo mismo con Nabokov. Demasiado artificio, demasiadas trampas en las que caer para poder dejarse seducir por la lectura y abandonarse a ella. En definitiva, se trata de autores que tratan de evidenciar su inteligencia por encima de la persona que los va a leer, que se permiten dirigir su pensamiento y, como es evidente, sus emociones. Javier Morant los desprecia, a pesar de la indudable sofisticación que generalmente atesoran.

Rodrigo Rey Rosa dice, y se le nota en su manera de escribir, que él escribe no para explicar concretamente algo, sino para interrogarse con la propia escritura. Rey Rosa, como Onetti, se nota que no sabe de antemano lo que va a escribir. En Barnes sucede lo contrario, todo tiene que cerrarse, cualquier detalle ha de encontrar su sitio, su coherencia. Tal vez la escritura de los Barnes, o Nabokov, sea la más perfecta, cristalina en su pulimiento, deslumbrante para algunos. Javier Morant no la tolera, se le atraganta.

Marcel Proust es más amplio que todo eso. Hay una inteligencia que tiembla, desnuda, desamparada. Un alma que se abandona al hastío y se disuelve en la historia narrada. Proust se convierte en lo que cuenta, se entrega, se ofrece sin restricciones. (Tal vez sea exagerado decirlo así.) Uno tiene la sensación de que Marcel Proust no vivió sino en el libro. No pudo, materialmente, pero tampoco espiritualmente, haber vivido de otra manera, en otro ámbito.


2 comentarios:

  1. No, leer a Proust no es como correr distancias largas y cansarse en el trayecto, eso es metáfora para los que no saben leer(-le). Leer a Proust es como viajar lejos, eso sí, y saber llegar sin perder las maletas. las metáforas las carga el Diablo.

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  2. es evidente que Javier Morant no sabe leer a Proust; le viene grande

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