jueves, 23 de agosto de 2012



Voy a tratar de defender un librito endeble, rebatible y ridículo. Se titula Momentos de inadvertida felicidad y el autor es un tal Francesco Piccolo. Le han dado caña por todos los lados. Denostado en el planeta de los blogs eruditos. Inclusive, los suplementos semanales de los diarios más prestigiosos se lo han cargado, a pesar de haber sido editado por un sello habitualmente mimado en estos ámbitos.

Yo lo estoy leyendo por debilidad. Porque me cayó "inadvertidamente" bien. Porque creo que no toda la literatura debe armarse de profundidades y elevadas pretensiones. Y porque pocos títulos reflexionan sobre un término poco prestigiado como la felicidad. Yo no soy feliz y no creo que nadie lo sea. Al igual que no creo que nadie sobreviva a la muerte. La felicidad es el más allá de la vida cotidiana. Compuesto de un enorme vacío lleno de insensateces.
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Lo sensato es, en efecto, declararse infeliz. Proclamar a los cuatro vientos la mierda del mundo. Hace falta un buen par de huevos para escribir un libro, por escueto que sea, sobre los momentos inadvertidos en los que uno se ha sentido así, feliz.

Las críticas lo anuncian como "chorra", "balsámico" y "de autoayuda".

Es el precio a pagar por rondar ese término inaguantable, balsámico y definitivamente "chorra". La felicidad.

A mí me recuerda a otro librito pequeño, ya antiguo, escrito por el francés Philippe Delerm y titulado El primero trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida. Literatura que pretende desmembrar diminutos alborozos en lo cotidiano. Pequeñas alegrías. Añoranzas derperdigadas en la vida.

Piccolo se diferencia de Delerm en su sentido del humor, un poco tontaina, profundamente italiano, como el de su amigo y colega de guiones cinematográficos Nanni Moretti. En efecto, el librito de Francesco Piccolo a su vez recuerda a Caro diario, de Moretti. El libro y la película comparten una especie de vitalismo de carácter llano, muy poco dado a las grandilocuencias. El tono diarístico es evidente en la película, no lo es tanto en el libro. El libro es un diario no fechado. Una suerte de tratado sobre la banalidad del entusiasmo.

Se le acusa de "de autoayuda". No es autoayuda. La autoayuda receta fórmulas, prescribe actitudes y dicta soluciones. El librito de Piccolo, al contrario, recapitula los inesperados júbilos que el tipo se ha ido encontrando en el camino. Y, cómo no, procura reírse mucho de sí mismo.

Yo no tengo nada que objetar, la verdad. Si la felicidad es posible, lo es en el seno de lo insignificante. El libro es "chorra", sí; pero porque no tiene otra salida, no puede ser de otra manera.

A lo sumo, un pero. Francesco Piccolo, al igual que Philippe Delerm, disecciona una felicidad esencialmente burguesa. Una felicidad de clase media, disfrutable en la cola de los cines de arte y ensayo y en las terracitas de los restaurantes cosmopolitas. Promulga un entusiasmo culto, redicho, irónico. Profundamente insolidario.

Probablemente, en la autocomplacencia que da la felicidad, esa felicidad, hay un reducto inevitablemente egoísta. Penetrantemente tonto y egocentrista.

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