lunes, 16 de julio de 2012



John Connolly tiene una mirada demoníaca. Su detective, Charlie Parker, apodado Bird, como el músico, sobrevive acuciado por el Mal. No hay resquicio; el Mal ya no es la consecuencia de una sociedad pervertida y, por lo tanto, explicable, criticable; sino que se convierte en algo sobrenatural y, al mismo tiempo, inevitable, una especie de absoluto.

Si Raymond Chandler y Dashiell Hammett eran escritores realistas, dentro del detectivismo privado, John Connolly es un escritor simbolista. El Mal, esa sustancia inexplicable cuya manifestación primordial es la muerte, rodea a Charlie Parker sin que éste se pueda zafar. Ya desde la cuna: su propio padre era un policía que asesinó violentamente a un par de delincuentes de poca monta y luego se quitó la vida. En el comienzo de la novela se nos dice que Parker ha caído en una desgracia de la que se libran la mayoría de policías: la violencia, con la que tratan cotidianamente en su trabajo y de la que protegen a sus familias, le ha alcanzado en la intimidad de su casa. Su mujer y su hija han sido asesinadas y su asesinato no ha podido resolverse. En ese punto, Parker pasa de ser un poli tradicional a mimetizar los rasgos del detective privado hammettiano; es decir, se convierte en un individualista radical, un solitario, un tipo que definitivamente ha perdido en la vida.

Ya tenemos el organigrama de las novelas de John Connolly. El individuo, el perdedor, enfrentado al mal absoluto, rodeado, contaminado, inclusive, de maldad. En algunos pasajes de la novela se deja entrever que el propio Charlie Parker tiene esa misma tendencia malévola, heredada de su propio padre. Por otra parte, sus mejores amigos, sus dos únicos amigos de confianza, son una pareja de gays delincuentes y asesinos, de cuyas actividades delictivas Parker prefiere no saber nada.

Las descripciones de asesinatos, descuartizaciones y despellejamientos son absolutamente hiperrrealistas. Nada del fuera de campo de las novelas clásicas. Hay una estetización del asesinato, convertido casi en una obra artística. El arte por el arte del romanticismo devenido en el mal por el mal. El asesinato en su pureza, como un fin en sí mismo.

¿Es esto posible en el mundo real? ¿Puede atemorizarnos algo que sabemos que solamente sucede en un plano simbólico? Y, sin embargo, un rato leyendo a Connolly te produce una especie de desazón. Probablemente, por lo vívido de las descripciones que te empapan no sólo de su atmósfera visualmente macabra, sino de sus olores putrefactos y efectos de pesadilla.

Si pudiera hacerse un análisis sociológico a partir de la novela detectivesca, peregrinamente, habría que ver qué significa el progresivo arrinconamiento de la figura del investigador privado. Del poderoso ingenio del detective decimonónico, que desactiva cualquier trama criminal reduciéndola a un gesto menor, ridículo (Conan Doyle); pasando por el individualismo existencialista de los detectives de mediados del siglo XX, observadores distanciados del mal como podredumbre social y política (Chandler-Hammett); hasta llegar al detective Charlie Parker, de John Connolly, incapacitado para combatir de manera efectiva una maldad que ya no comprende, una maldad que obra de manera autónoma, pura, de tintes sobrenaturales y que le corroe las entrañas. El detectivismo parece decirnos que definitivamente hemos sido colonizados por ese Mal, frente al que ya nada podemos hacer sino sortearlo como podamos, mientras podamos, a la vez que lo sentimos crecer progresivamente en nuestro interior.

5 comentarios:

  1. Simbolista, ¿eh? Será por eso que no me gusta demasiado; en cambio, su cuasi homónimo Michael Connelly, con su detective Hieronymus "Harry" Bosch, adivina en honor a quien, me gusta mucho más; será porque es realista y el simbolismo sólo me gusta si es poesía francesa, ni siquiera en pintura

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  2. bah, Connolly es una mierda; el final es mucho más convencional de lo que pensaba, rollo El silencio de los corderos...

    yo estoy ahora por leer a un tal Indridason

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  3. y no te olvides de Petros Markaris, aunque esté de moda por la crisis griega.

    Y tampoco olvides a ese antecedente del Pynchon de Contraluz, pero más contracultural y auténtico, su novela es de los 70: Edward Abbey: La banda de la tenaza

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  4. Respuestas
    1. Dedícate a la política en vez de a la enseñanza, hombre, tu aún estás a tiempo (aunque entonces, la necesidad crea el órgano: ya no te apetecerá leer sino comprarte relojes de cien mil euros)

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