viernes, 2 de diciembre de 2011
Leer El rey pálido, novela crepuscular de David Foster Wallace, tiene varios alicientes. Yo creo que Foster Wallace vio que no la podía acabar. El libro se inflama; es decir, se abre y estalla, sin posibilidad de resolución. Un libro de ficción no tiene por qué solucionarse. Algo parecido le pasó a Ernest Hemingway; Islas a la deriva, por ejemplo, crece en manos del escritor, sin posibilidad de cerrarse. Una novela no tiene por qué cerrarse. Si se cierra bien la crítica dice que se trata de un libro redondo. Los libros redondos, perfectos en su redondez, son insoportables. La existencia no se comporta así. Nadie vive redondeándose, cerrándose en los argumentos, encontrando explicación a todo lo que se hace, errores inclusive. Hemingway escribió Islas a la deriva ya muy mayor y muy vivido y maltrecho de cuerpo y mente. No así Foster Wallace, que es un suicida de, digamos, campus universitario. Lo de Hemingway es más como se hacían antes las cosas; si ya no hay más aventura, me pego un tiro. El suicidio de Foster Wallace es más misterioso. Yo creo que Foster Wallace se suicidó porque no podía acabar su libro. No pudo repetir La broma infinita. Lo de Foster Wallace es más como se hacen ahora las cosas; si no puede haber más cachondeo, me mato. Todo resulta un poco banal.
A mí la literatura de David Foster Wallace no me gusta por miguelangesca. Se le nota demasiado que quiere ser grande; un gran escritor, un escritor poderoso, puro músculo. Un libro de Foster Wallace es como el brazo de un culturista; impresiona en un principio, te lo lees y luego piensas que para qué. Sobran tres cuartas partes; hubiese sido mejor adelgazarlo, más lógico y más saludable. A Hemingway, por seguirlos comparando, le salva el estilo. Ernest Hemingway se preocupó de engordar la experiencia; es decir, su biografía. Los libros eran algo secundario. Luego la vida no le cabía en los libros; como en el caso de Islas a la deriva.
Pero no gustándote Foster Wallace, El rey pálido tiene varios alicientes. Es un libro crepuscular, ya lo he dicho. Aquí el miguelangesco escritor exploró la tristeza, el desencanto de las vidas anodinas, de todos nosotros. Siendo una narración hiperbólica, porque al ser de Foster Wallace resulta inevitable que así sea, tiene un ingrediente un poco más etéreo que otros libros suyos y un colorido mate, deslustrado. No es lo usual en Foster Wallace. Aquí no se habla de langostas. Aquí la gente está harta de vivir y se aburre. Foster Wallace se inventa una especie de post-existencialismo. La narración se extravía en una náusea definitivamente postmoderna; no obstante ya no hay tanto músculo, ni tanta potencia; sino una herida que supura hasta el infinito, elevándose, carcomida e inflamada, en una agonía lenta y total.
El rey pálido no sólo es de Foster Wallace, sino de su editor americano, Michael Pietsch, que ha seleccionado los fragmentos y los ha ordenado. El editor como escritor es evidentemente mucho más convencional que Foster Wallace; por ello el libro, en sus manos, se convencionaliza, aunque sea un poco, mínimamente. Y esto es bueno; lo hace un poco más inteligible y le otorga un marchamo un poco más clásico y antiguo; es decir, le resta postmodernidad.
Amén de tener el carácter azaroso de lo hecho a dos manos, que también es un aliciente. ¿Cómo lo hubiese querido el autor ya muerto? ¿Es el primer capítulo realmente el primero? ¿Ha omitido el editor algún fragmento cuyo contenido hubiese sido relevante en manos del autor? No creo que todo esto tenga verdadera importancia. El azar interviene en toda la literatura que realmente merece la pena; la que sobrevive al olvido.
Y por último hay una cuestión morbosa. ¿Escribiendo qué partes de El rey pálido se le estaba ocurriendo a David Foster Wallace la idea del suicidio? ¿Hay alguna clave en la novela para entender su muerte?
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