Hay días, de buena mañana, que me acuerdo de una canción de La Costa Brava titulada Adoro a las pijas de mi ciudad. Días en los que me levanto muy pronto, a las siete y media, me ducho y me tomo mi café con leche, despierto a D., que nunca quiere despertarse a esa hora, pero ha de despertarse, refunfuña, llora, inclusive, se da cabezazos contra el cabezal de la cama, pero al fin se despierta y le pongo delante de la carita el biberón de leche, últimamente con Colacao, pues ya no le gusta la leche sola y tarda demasiado en tomarla y me pongo muy nervioso, ya que si no se la toma y tengo que insistirle hay veces que llego tarde al trabajo, finalmente se toma su leche con Colacao, como digo, y me toca vestirlo, protesta y tal, pero consigo vestirlo, entonces quiere jugar con sus coches y su camión de juguete, se mete en el comedor y se atrinchera, sal, no, que quiero jugar, que salgas, que no, entonces lo saco a rastras, bajamos, salimos a la calle, se hace el dormido, se tira al suelo, lo cojo, lo meto en el coche y lo ato a su silla, lo llevo a la puerta del colegio y sale I. a recogerlo, se lo lleva de la mano, me apena dejarlo, tan pequeño, pero tengo poco tiempo para apenarme, de modo que cojo el coche y salgo de la ciudad bordeando el cauce del río, si tengo tiempo, hay días que me paro antes de llegar al puente de Calatrava, cerca de la avenida de Francia, en un bar que hay cerca de donde hace una parada el autobús de un colegio privado, no sé cuál, a veces paso por delante del autobús, que entonces está esperando la llegada de todos esos niños privados y sus madres privadas, paso por delante como digo y me meto en el bar, pido un café rápido y un dónut, o cualquier otra cosa, me los tomo y salgo, pasando generalmente frente a todas esas madres, que ya despiden a sus hijos, un lujo de madres, pijas, muy pijas, con unos cabellos cuidadosamente tintados y alisados, unos vestidos caros y unos perfumes exquisitos, unos enormes coches aparcados en doble fila, generalmente cuatros por cuatro, las marcas alemanas que no recuerdo, sí, claro, las de siempre; entonces, cuando yo salgo del bar, ellas entran, en grupo, se conocen todas, se meten en el bar a desayunar, no tienen otra cosa que hacer, alimentar sus hermosos y privados cuerpos con bebidas light y bollos desnatados, luego, tal vez, una horita de gimnasio, un pitillo, o dos, no más; y luego, ya de tarde, es posible, de vuelta a este mismo lugar a recoger a los niños, imagino, que vienen después de pasar una jornada en ese colegio privado, debe ser así el día para ellas. Yo me las cruzo un instante, ni me ven, soy invisible para ellas, entonces me acuerdo de la vocecilla de Sergio Algora cantando, irónico, que adora a las pijas de su ciudad.
¿Pronto las 7.30?
ResponderEliminarYo me acuerdo de un poema incluido en mi último libro de poemas y que decía así (es un poema en prosa):
ResponderEliminarMe gustan las fiestas chic donde las mujeres se emperifollan al máximo y parecen joyas de alta pureza o cristal a punto de romperse. Impolutos sus semblantes maquillados y sus vestidos de alto abolengo. Me gusta pensar que debajo no llevan bragas. O que las llevan rotas y sucias.
lans, soy un vago, ya sabes;
ResponderEliminarcefi, no creo haber ido a ninguna de esas fiestas, pero me ha gustado el poema;
un beso a los dos, mis comentaristas