lunes, 20 de marzo de 2017




Ayer vimos Los cazafantasmas en televisión. La película es de 1984. No la había visto hasta ahora. En el ochenta y cuatro me pilló mayor. Con catorce años ya se estaba fraguando el imbécil que luego estudiaría bellas artes.

Me gustó ver esa película con mis hijos. Encontré hasta una metáfora importante; de poderosa actualidad. En las alcantarillas de la ciudad se está formando un moco de color rosado. Las malas actitudes de la superficie generan el aumento del moco, que poco a poco va colapsando las alcantarillas y amenaza con salir al exterior. Es una metáfora de la enfermedad de la ciudad. Creo que mis hijos lo han entendido así.

En Valencia, en la semana de Fallas, hay mucho moco rosado. Mucha mierda, mucho pipi.

Ha sido la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión. He encontrado algunas cosas. Algún día me he acercado a la Feria de buena mañana, porque me venía mejor. Los falleros habían destrozado varias casetas a patadas. En una de ellas, habían entrado y habían destrozado varios libros. No se habían llevado ninguno. El librero me lo contaba resignado; como si soportar este tipo de cosas formase ya parte de su destino.

Me imagino a los falleros borrachos meando las casetas. En todo el recorrido de la Feria se percibe un fuerte hedor. Es milagroso que alguien se acerque a mirar libros. Aquellos libreros, casi ancianos muchos de ellos, me producen una especie de ternura. Son una rara familia. ¿Por qué no se les protege?

El hedor pervive esta mañana. Tal vez haya libreros que no vuelvan, cansados de tanta desconsideración.

Los falleros tiran ruidosos petardos. Contrastan con el silencio de los libreros. Son formas de cultura contrapuestas. Los petardos son más valencianos que los libreros. Ruido hueco, sin significado. Llamar la atención porque sí. Lo valenciano es como sus petardos. Ruido presuntuoso y fatuo.

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