sábado, 23 de mayo de 2015

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Diez o quince años antes, aproximadamente. Agapito Cifuentes y Tomás Lagarto tuvieron una reunión con Rita Barberá (alcaldesa de Valencia) y Carlos Fabra (presidente de la Diputación de Castellón). Se habían conocido en uno de los congresos nacionales del partido y se habían hecho amigos. Agapito y Tomás, alcaldes de sendos pueblecitos de interior, se sentían absolutamente seducidos por los alardes y la exuberancia de los políticos de la costa levantina. Rita y Carlos habían querido invitar a estos dos paletos para burlarse de ellos. Comieron en el restaurante Centollo de la ciudad de Benidorm. La mariscada era descomunal. Agapito creyó observar que Rita eructaba cada vez que simulaba agacharse para recoger algo. Comieron hasta hartarse. El alcohol corría. Daba pie a desinhibirse. Al fin y al cabo eran como de la familia. La gran familia del partido. Agapito y Tomás hablaron de sus rotondas. De lo mucho que les estaba reportando hacerlas. Cuánto, preguntó Carlos. Un quince, dijo Tomás. Rita y Carlos se miraron entre ellos y rieron a carcajadas.

Luego hablaron de la importancia de ayudarse los unos a los otros. Lo importante que es tener amigos y hacer cosas con los amigos. ¿Es eso malo?, preguntó Agapito de manera retórica. Los amigos son lo único importante. Tú les ayudas a ellos y ellos te ayudan a ti. Lo hace todo el mundo. Si yo proyecto hacer algo, algo grande, ¿en quién confiar para llevarlo a cabo mejor que en un buen amigo?

Rita, algo achispada, dijo: Lo de verdad importante es poder ver el futuro. Y señalando el paisaje que se veía a través de una de las ventanas del restaurante, prosiguió: ¿Veis esas montañas? Este verano se quemarán. Y dentro de dos años allí habrá una urbanización y tres hoteles de lujo.

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